No, no voy a hablar de esos señores que consiguen a golpe de poder o de billetera la típica mujer trofeo que exhibir cuando se va al hipódromo, al teatro o a la fiesta del bufete de abogados o de su gran empresa. No, no voy a hablar de ellos, no quiero hablar de esa clase de gente porque aparte de que me dan asco tanto los que compran como las que se venden, es un mundo completamente ajeno a mí y no suelo hablar de lo que desconozco y más aun cuando lo es por motivos de salud mental.
Hoy voy a hablar de los que pasados los 50 y que ya llevan por montera uno o más divorcios son seducidos ignominiosamente por unas féminas que sin rubor ni vergüenza alguna, ya sea propia o ajena, se lanzan a por un pobre y desvalido cincuentón que esta pastando alegre y despreocupadamente en los campos del que ya cumplió sexualmente con la patria y que después de haber enterrado su libido se dispone a disfrutar de las mieles que da el que por fin y de una vez por todas la madurez haya llegado en toda su plenitud al cerebro principal, el que por ley Divina ostenta la plaza de la cordura y de la sostenibilidad masculina.
En estas fiestas sueles reencontrarte con amigos que quizás no hayas visto en años y que cuando te presentan a su mujer notas que entre los dos existe el suficiente espacio como para que una generación intermedia se pasee con la suficiente holgura que pueda evaluar legalmente lo de asaltacunas con carácter retroactivo.
Mis amigos son gente normal de un estrato social normal y corriente, de los que se levantan a las 6:30 para abrir el chigre, acudir a su empleo de fontanero, electricista, oficial en la construcción y que “se baten el cobre” como todos para llegar a fin de mes aunque sea a costa de sus propias prioridades porque lo de pasar de los cincuenta es completamente diferente del síndrome anterior, el de los cuarenta.
Cuando el portador de una pilila llega al medio siglo, Dios le entrega el titulo de R.I.P más conocido como el de “Requiescat in pace” que traducido a la lengua de Cervantes viene a decir algo así como “Descansa en paz” y eso es lo que los cincuentones queremos, descansar de tanto ajetreo sexual y laboral y centrarnos en algo tan bonito como rascarnos los guevos viendo el Intermedio, el Barsa Madrid o algún debate en intereconomia que eso pone a cualquiera.
En el síndrome de los cuarenta solemos ser nosotros los necrófagos de las lolitas, las que ya no son tan lolitas y de las que aun respiran porque todo se vale con tal de que tu masculinidad quede probada, fundamentada y como no, elevada a los altares de tu triste y patética autoestima pero en cuanto pasas de los cincuenta la cosa ya cambia y te apetece mas acompañar a tu esposa a comprase zapatos que tener que sacarla y demostrar que aun no necesitas viagra ni nada que se le parezca así que suples una cosa con algo tan valioso para las mujeres de cualquier edad que es ir con ellas a todos los sitios, incluido el Ballet.
Si señores sí, no se lleven a engaño, ellas, las de veintimuchos o trentaipocos, nos quieren por que todo el tiempo que antes le dedicábamos al sexo, ya fuere el casero, ya fuere el extranjero, ahora se lo dedicamos a ellas como compañeras y no como mero objeto de deseo.
A mi pareja le saco tan solo 6 años pero le podría sacar perfectamente quince o vente y todo sería igual ya que no son ellas las que cambian, somos nosotros a los que la edad nos redistribuye pasando de ser un macho alfa a una gran persona por descubrir.
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